El 15 de febrero de 1898, una explosión provoca el hundimiento del acorazado norteamericano Maine en las aguas cubanas, provocando la muerte a 264 marineros y 20 oficiales.
EEUU acusó de manera inmediata a España, pero hoy sabemos que fueron los propios norteamericanos los que autoinmolaron a sus compatriotas. España no sólo negó cualquier implicación, sino que apoyó la creación de una comisión de investigación internacional, incapaz de actuar debido al rotundo rechazo estadounidense.
La génesis se sitúa cinco años antes, cuando los jingoes, equivalentes a los actuales halcones, decidieron que el Caribe era la llave para su expansión por el continente. Un mes antes de los incidentes Theodor Roosvelt (entonces vicesecretario de Marina y posteriormente presidente, representante directo de los sectores más agresivos) declara que “hemos reunido una flota que arrasará el Caribe”.
Será el imperio mediático de Hearst, el ciudadano Kane de Wells, quien, en colaboración directa con Roosvelt, preparará el clima de guerra.
Desde un año antes, los corresponsales de sus periódicos enviarán crónicas inventadas desde Cuba denunciando la crueldad de los españoles. Días antes del hundimiento de El Maine, el mejor dibujante es enviado a Cuba para cubrir una guerra inminente. Al llegar a la isla, envía un telegrama: “todo está en calma. No habrá guerra. Quiero volver” La respuesta de Hearst es fulminante: “usted permanece en Cuba. Envíeme los dibujos y yo pondré la guerra”.
Horas después del atentado, antes de que se distribuyera ninguna información, Hearst, imponiéndose al director del periódico, publica en portada: “El Maine partido en dos por un infernal artefacto del enemigo”.
“Recordad el Maine” va a ser el lema de una persistente campaña dirigida a vencer las resistencias de la sociedad norteamericana hacia la entrada en una guerra.
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