El lobby de Israel no tardó mucho en meter en vereda al presidente Obama respecto a su prohibición de establecer más asentamientos ilegales israelíes en tierra palestina ocupada. Obama descubrió que un simple presidente estadounidense carece de autoridad cuando se enfrenta al lobby de Israel y que simplemente a EE.UU. no se le permite hacer una política para Oriente Próximo separada de la de Israel.
Obama también descubrió que tampoco puede cambiar casi nada más, por si algún día hubiera tenido la intención de hacerlo.
El lobby militar y de seguridad tiene en su orden del día la guerra y un Estado policial en el interior, y un simple presidente estadounidense no puede hacer nada al respecto.
El presidente Obama puede ordenar el cierre de la cámara de tortura en Guantánamo y que se detengan los secuestros, las entregas y la tortura, pero nadie cumple las órdenes.
En lo esencial, Obama es irrelevante.
El presidente Obama puede prometer que va a traer a los soldados a casa, y el lobby militar dice: “No, los va a enviar a Afganistán, y mientras tanto inicie una guerra en Pakistán y conduzca a Irán a una posición que sirva de excusa para otra guerra. Las guerras son demasiado lucrativas como para que le permitamos que las detenga.” Y el simple presidente tiene que decir: “¡Sí, señor!”
Obama puede prometer atención sanitaria a 50 millones de estadounidenses sin seguro, pero no puede pasar por encima del veto del lobby de la guerra y el lobby de los seguros. El lobby de la guerra dice que sus beneficios con la guerra son más importantes que la atención sanitaria y que el país no se puede permitir al mismo tiempo la “guerra contra el terror” y la “medicina socializada.”
El lobby de los seguros dice que la atención sanitaria tienen que suministrarla los seguros privados de salud; de otra manera, no nos la podemos permitir.
Los lobbies de la guerra y de los seguros agitaron sus registros de donaciones para las campañas electorales y convencieron rápidamente al Congreso y a la Casa Blanca de que el verdadero propósito de la ley de atención sanitaria era ahorrar dinero reduciendo las prestaciones de Medicare y Medicaid, “controlando las prerrogativas.”
Prerrogativas es una palabra derechista utilizada para denigrar las pocas cosas que hizo el gobierno, en un pasado distante, para los ciudadanos. La Seguridad Social y Medicare, por ejemplo, se denigran como “prerrogativas.” La derecha no para de hablar sobre la Seguridad Social y Medicare como si fueran dádivas de asistencia social a gente poco diligente que se niega a cuidar de sí misma, mientras en realidad los ciudadanos pagan de más por las miserables prestaciones con un impuesto de un 15% sobre sus ingresos.
Por cierto, desde hace decenios el gobierno federal financia sus guerras y sus presupuestos militares con el excedente de los ingresos cobrados por el impuesto de Seguridad Social.
Afirmar, como hace la derecha, que no nos podemos permitir lo único en todo el presupuesto que ha producido consistentemente un excedente de ingresos, indica que el verdadero objetivo es despachurrar al simple ciudadano.
Las verdaderas prerrogativas nunca se mencionan. El presupuesto de “defensa” es una prerrogativa del complejo militar y de seguridad acerca del cual el presidente Eisenhower nos advirtió hace 50 años. Una persona tiene que ser demente para creer que EE.UU., “la única superpotencia del mundo” protegida por océanos al este y al oeste y por Estados títeres al norte y al sur, necesita un presupuesto de “defensa” mayor que los gastos militares del resto del mundo en su conjunto.
El presupuesto militar no es otra cosa que una prerrogativa del complejo militar y de la seguridad. Para ocultar este hecho, la prerrogativa se disfraza de protección contra los “enemigos” y pasa a través del Pentágono.
Yo digo que eliminen al intermediario y simplemente asignen un porcentaje del presupuesto federal al complejo militar y de la seguridad. Así no tendremos que inventar razones para invadir otros países e ir a la guerra para que el complejo militar y de la seguridad obtenga su prerrogativa. Sería mucho más barato darles el dinero directamente, y se ahorrarían muchas vidas y dolor en el país y en el exterior.
La invasión estadounidense de Iraq no tuvo absolutamente nada que ver con los intereses nacionales de EE.UU. Tuvo que ver con los beneficios de la industria de armamentos y con la eliminación de un obstáculo a la expansión territorial de Israel. El coste de la guerra, aparte de los 3 billones de dólares, fue de 4.000 estadounidenses muertos, más de 30.000 estadounidenses heridos y mutilados, decenas de miles de matrimonios estadounidenses rotos y carreras destruidas, un millón de iraquíes muertos, cuatro millones de iraquíes desplazados, y un país destruido.
Todo esto se hizoo en función de los beneficios del complejo militar y de la seguridad y para que Israel, paranoico, armado de 200 armas nucleares, se sienta “seguro”.
Mi propuesta enriquecería aún más al complejo militar y de la seguridad, ya que las compañías recibirían el dinero sin tener que producir las armas. En su lugar, todo el dinero se podría destinar a bonificaciones multimillonarias y a pagos de dividendos a los accionistas. No habría que matar a nadie, dentro o fuera del país, y al contribuyente le iría mejor.
Ningún interés nacional estadounidense necesita la guerra de Afganistán. Como reveló el ex embajador del Reino Unido, Craig Murray, el propósito de la guerra es proteger el interés de Unocal en el gasoducto Trans-Afganistán. El coste de la guerra es muchas veces mayor que la inversión de Unocal en el gasoducto. La solución obvia es comprar Unocal, dar el gasoducto a los afganos como compensación parcial por la destrucción que hemos infligido a ese país y a su población, y traer a los soldados a casa.
El motivo por el cual mis soluciones sensatas no pueden ser realizadas es que los lobbies piensan que sus prerrogativas no sobrevivirían si fueran obvias. Piensan que si el pueblo estadounidense supiera que las guerras se libran para enriquecer a las industrias de armamentos y del petróleo, la gente pondría fin a las guerras.
En realidad, el pueblo estadounidense no tiene voz ni voto en lo que hace “su” gobierno. Los sondeos públicos muestran que la mitad o más del pueblo estadounidense no apoya las guerras en Iraq o Afganistán y no apoya la escalada de la guerra en Afganistán del presidente Obama. Sin embargo, las ocupaciones y las guerras continúan. Según el general Stanley McChrystal, los 40.000 soldados adicionales bastan para estabilizar la guerra, es decir, que siga para siempre, la situación ideal para el lobby de los armamentos.
La gente quiere atención sanitaria, pero el gobierno no escucha.
La gente quiere puestos de trabajo, pero Wall Street quiere mejores precios para las acciones y obliga a las firmas estadounidenses a exportar los puestos de trabajo a países con mano de obra más barata.
El pueblo estadounidense no tiene efecto en nada. No puede afectar nada. Se ha hecho tan irrelevante como Obama. Y seguirá siendo irrelevante mientras los grupos de intereses organizados puedan comprar al gobierno de EE.UU.
La incapacidad de la democracia estadounidense para producir cualesquiera resultados deseados por los votantes es obvia. La total indiferencia del gobierno ante el pueblo es la contribución del conservadurismo a la democracia de EE.UU. Hace algunos años hubo un esfuerzo por devolver el gobierno a manos del pueblo limitando la capacidad de grupos de intereses organizados de invertir enormes cantidades de dinero en campañas políticas y, por lo tanto, comprometer al funcionario elegido con quienes subvencionaron su elección. Los conservadores dicen que toda limitación sería una violación de la garantía de libertad de expresión de la Primera Enmienda.
Los mismos “protectores” de la “libertad de expresión” no objetaron la aprobación por el lobby de Israel de la ley de “expresión de odio”, que criminalizó la crítica del trato genocida de Israel hacia los palestinos y el continuo robo de sus tierras.
En menos de un año, el presidente Obama ha traicionado a todos sus partidarios y roto todas sus promesas. Es un cautivo total de la oligarquía de los grupos de intereses dominantes. A menos que lo salve un acontecimiento orquestado del tipo 11-S, Obama será un presidente de un solo período. Por cierto, el colapso de la economía lo condenará, sin tener en cuenta un “evento terrorista.”
Los republicanos están preparando a Palin. Nuestra primera presidenta, después de nuestro primer presidente negro, completará la transición a un Estado policial estadounidense mediante el arresto de críticos y manifestantes contra las políticas inmorales exteriores e interiores de Washington, y ella completará la destrucción de la reputación de EE.UU. en el extranjero.
Putin, de Rusia, ya ha comparado a EE.UU. con la Alemania nazi, y el primer ministro chino ha comparado a EE.UU. con un deudor irresponsable y despilfarrador.
Cada vez más, el resto del mundo ve a EE.UU. como la única fuente de todos sus problemas. Alemania ha perdido al jefe de sus fuerzas armadas y a su ministro de defensa, porque EE.UU. convenció o presionó, por las buenas o por las malas, al gobierno alemán para que violara su Constitución y enviara tropas a combatir por los intereses de Unocal en Afganistán. Los alemanes pretendieron que sus tropas no estaban realmente combatiendo, sino que estaban involucradas en una “operación de mantenimiento de la paz.” Esto funcionó más o menos hasta que los alemanes pidieron apoyo aéreo que asesinó a 100 mujeres y niños que hacían fila para conseguir combustible.
Los británicos están investigando a su principal criminal, el ex primer ministro Tony Blair, y cómo engañó a su propio gabinete a fin hacer lo que quería Bush y suministrar alguna cobertura para su invasión ilegal de Iraq. Los investigadores británicos no pueden presentar acusaciones criminales, pero el tema de la guerra basada enteramente en un engaño orquestado y en mentiras está obteniendo una audiencia. Resonará en todo el mundo, y el mundo tomará nota de que no hay una investigación equivalente en EE.UU., el país que originó la Guerra Falsa.
Mientras tanto, los bancos de inversión de EE.UU., que destruyeron la estabilidad financiera de muchos gobiernos, incluido el de EE.UU., siguen controlando, como han hecho desde el gobierno de Clinton, la política económica y financiera de EE.UU. El mundo ha sufrido terriblemente gracias a los gánsteres de Wall Street, y ahora mira a EE.UU. con ojo crítico.
EE.UU. ya no cuenta con el respeto con el que contaba bajo el presidente Ronald Reagan o el presidente George Herbert Walker Bush. Los sondeos mundiales demuestran que EE.UU. y su titiritero están considerados como las dos mayores amenazas para la paz. Washington e Israel superan en la lista de los más peligrosos al régimen demente de Corea del Norte.
El mundo comienza a ver a EE.UU. como un país que debe abandonar su posición. Cuando el dólar está sobre-inflado por un Washington incapaz de pagar sus cuentas, ¿el mundo se motivará por la codicia y tratará de salvarnos para proteger sus inversiones, o dirá, gracias a Dios, ¡buen viaje!?
(Extraído de www.rebelion.org)
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