The Electronic Intifada
2/1/ 2009
Este presidente supuestamente post-racial considera la vida de los árabes menos valiosa que las de los israelíes
“Querría pedir al presidente electo, Obama, que dijera algo acerca de la crisis humanitaria que está sufriendo el pueblo de Gaza en estos momentos”. La ex congresista por Georgia, Cynthia McKinney, realizó su petición tras desembarcar del gravemente dañado buque Dignity que había llegado maltrecho al puerto libanés de Tiro para repostar agua.
El barquito que llevaba a McKinney, candidata del Partido de los Verdes en las recientes elecciones presidenciales, a otros voluntarios y varias toneladas de medicamentos, había intentado llegar a la costa de Gaza cuando fue interceptado por una cañonera israelí en aguas internacionales.
Pero mientras más de 2.400 palestinos han sido asesinados o heridos – la mayoría civiles- desde que Israel inició su salvaje bombardeo de Gaza el 27 de diciembre, Obama ha mantenido su silencio. “Sólo hay un presidente” declaró su portavoz a los medios de información. Esta útil excusa no ha sido aplicada a las detalladas intervenciones de Obama sobre la economía ni a su condena de los “coordinados atentados contra civiles inocentes” en Bombay el mes de noviembre.
Los atentados de Bombay fueron un caso claro de gentes inocentes sometidas a una carnicería. La situación en Oriente Próximo, sin embargo, se ve como más “compleja” y por ello la educada opinión pública acepta el silencio de Obama no como la aprobación a las acciones de Israel, que sí lo es, sino como la actitud responsable de un estadista.
No debería resultar difícil condenar el asesinato de civiles y el bombardeo de infraestructuras urbanas, entre ellas centenares de hogares, universidades, escuelas, mezquitas, comisarías de policía y ministerios, y el edificio del único parlamento árabe elegido libremente.
No debería ser arriesgado o peligroso para la política exterior estadounidense declarar que Israel tiene, de acuerdo con la Cuarta Convención de Ginebra, la obligación inexcusable de levantar su letal bloqueo de meses, que impide la llegada a Gaza de alimentos, combustible, suministros quirúrgicos, medicamentos y demás materias básicas.
Pero, en el mundo de espejos de la política estadounidense, Israel con su poderoso ejército de primer mundo, es la víctima, y Gaza- el sitiado y bloqueado hogar de un millón y medio de gentes empobrecidas, la mitad de ellos niños y el 80 % refugiados- es el agresor contra el que ninguna crueldad es al parecer suficiente.
Mientras simula contenerse, Obama ha transmitido cuál es su posición real. David Axelrod, uno de sus principales asesores, declaró a la CBS el 28 de diciembre que Obama comprende la necesidad de Israel de “responder” a los ataques contra sus ciudadanos. Axelrod afirmó que “esta situación se ha vuelto cada vez más compleja en las dos últimas semanas cuando Hamás empezó a la lanzar sus cohetes e Israel respondió”.
La tregua que Hamás había respetado escrupulosamente quedó rota cuando Israel atacó Gaza y asesinó a seis palestinos, tal como informó The Guardian el 5 de noviembre. Parece, pues, que el desprecio descarado por la verdad no va a abandonar la Casa Blanca con George Bush el 20 de enero.
Axelrod recordó también la visita de Obama a Israel el pasado julio, cuando ignoró a los palestinos y visitó la ciudad israelí de Sderot. Allí, Obama declaró: “Si alguien está enviando cohetes contra mi casa, donde mis dos hijas duermen de noche, haré todo lo que esté en mi mano para detenerlos. Esperaría que los israelíes hicieran lo mismo”.
Esto no debería sorprender a nadie. A pesar de las esperanzas puestas en que Obama abandonaría la política estadounidense favorable a Israel, sus opiniones han sido prácticamente idénticas de las del gobierno de Bush.
Junto a Tony Blair y George W. Bush, Obama apoyó fielmente la guerra de Israel contra Líbano de julio-agosto de 2006, en la que Israel utilizó bombas de racimo contra zonas residenciales, asesinando a más de 1.000 personas.
Los comentarios de Obama en Sderot fueron un eco de lo que había dicho en su discurso ante el poderoso lobby pro israelí, el AIPAC, en marzo de 2007. Allí recordó una visita anterior a la ciudad israelí de Kiryat Shmona, cercana a la frontera con Líbano, de la que afirmó le recordaba a un barrio residencial estadounidense. Allí, podía imaginar las voces de los niños israelíes “jugando alegremente como mis propias hijas”. Y vio una casa que los israelíes le dijeron había resultado dañada por un cohete de Hezbolá (aunque nadie había sufrido daños en el incidente).
Obama ha comparado repetidamente a sus hijas con los niños israelíes, pero jamás ha pronunciado una sola palabra sobre los miles - miles – de niños palestinos y libaneses asesinados o con mutilaciones permanentes debidas a los ataques israelíes sólo desde 2006. Este presidente supuestamente post-racial aparece investido totalmente de la extendida opinión racista que considera las vidas de los árabes menos valiosas que las de los israelíes y ve a los árabes siempre como “terroristas”.
Pero el problema es mucho más amplio que Obama: los liberales estadounidenses, por lo general, no ven contradicción alguna en apoyar en Israel actitudes que considerarían extremistas y racistas en cualquier otro contexto. La flor y nata de la que se dice “progresista” vanguardia del partido demócrata de Estados Unidos - Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, Howard Berman, presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, Charles Schumer, senador por Nueva York, entre otros- han ofrecido apoyo incondicional a las masacres de Gaza, calificándolas de “autodefensa”.
Y ahí está Hillary Clinton, la próxima Secretaria de Estado y auto proclamada defensora de las mujeres y de la clase trabajadora, que no permitirá a nadie que la supere en sus posiciones anti-palestinas.
Los demócratas no sólo son indiferentes hacia los palestinos. En las recientes elecciones presidenciales, sus esfuerzos para ganar en estados indecisos como Florida con frecuencia implicaban el apoyo a la deshumanización de los palestinos en particular y de los árabes y musulmanes en general. Muchos liberales saben que es una equivocación pero la toleran en silencio como el precio que hay que pagar (aunque no sean ellos quienes lo paguen) para colocar a un demócrata en la Presidencia.
Incluso quienes se encuentran más a la izquierda, implícitamente, aceptan la lógica de los israelíes. Matthew Rothschild, editor del The Progressive, ha criticado los ataques israelíes contra Gaza como una “respuesta imprudente y desproporcionada” a los lanzamientos de cohetes de Hamás que considera “inmorales”. Existen otros muchos que no hacen nada para apoyar la resistencia no violenta a la ocupación y colonización israelí, como el boicot, la retirada de inversiones y las sanciones, pero que están dispuestos a condenar rápidamente cualquier intento desesperado palestino- sin que importe lo simbólico e ineficaz que sea- para resistir a las agresiones implacables de Israel.
Asimismo, podemos esperar que los profesores universitarios estadounidenses que públicamente se han opuesto al boicot académico a Israel, amparándose en la “libertad académica” permanecerán en silencio ante el bombardeo israelí de la Universidad Islámica de Gaza al igual que lo han hecho ante otros ataques de Israel a instituciones académicas palestinas.
No hay el menor resquicio de esperanza respecto a la masacre de Israel en Gaza, pero las reacciones ante ella deberían al menos servir como un toque de atención: cuando se trata de la lucha por la paz y la justicia en Palestina, las élites liberales estadounidenses que están a punto de asumir el poder suponen un obstáculo tan terrible como el gobierno de Bush saliente y sus partidarios neoconservadores.
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