Obama fue el candidato del ala izquierda de la CIA y con él han recuperado el poder los pupilos de la Trilateral
Eliseo Bayo
1/1/2010
Barak Obama fue el candidato de la comunidad de la Inteligencia. Más exactamente, representa el ala izquierdista de la CIA, lo que no es sorprendente salvo si se tiene una idea demasiado simplista de la Central. El mundo lo mueven las fuerzas revolucionarias, aunque aparentemente no se note su fuerza de gravedad.
El escenario ha cambiado radicalmente. Se han ido los neocons de la Casa Blanca. Todavía acarrean las culpas de casi todo lo malo que ha ocurrido en el mundo, y es cierto que se equivocaron. Casi nadie se acuerda ya de que el mundo era un lugar apetecible para vivir y esperar vivir mejor. La seguridad colectiva, el mundo de la estabilidad cambiante, el paraíso de los pequeñoburgueses viviendo de las migajas de los grandes especuladores, se fue literalmente al carajo.
Los neocon no han sido sustituidos por una clase política honesta y limpia, dispuesta a cambiar los paradigmas, porque tal cosa no existe. Han vuelto los viejos monstruos agentes de la revolución: tipos como Brzezinski y Soros, los inmortales, dispuestos a cambiar la cara visible del imperialismo.
El poder en Washington ha pasado de los neocon a la Trilateral. Vuelven los pupilos de una organización nacida para lograr una utopía contra natura: que las riendas del mundo sigan en las mismas manos de los que las tuvieron durante siglos, hasta que fueron arrebatadas por los rebeldes del gran sueño americano.
La Trilateral entró en la Casa Blanca con Carter, apoyado por sus amos David Rockefeller, Zbigniew Brzezinski y Paul Volcker. Aquella Administración provocó no menos de cinco millones de muertos, sin contar los que fueron condenados en el libelo Informe Mundial 2000 con el que se inició la despoblación de África.
Brzezinski manipuló las cosas para que los rusos invadieran Afganistán, provocó la guerra Irak-Irán, mientras que Volker elevó el interés del dinero hasta el 22%, lo que significó la destrucción de la infraestructura industrial norteamericana (y de rebote, la española).
Obama fue reclutado por Brzezinski cuando estudiaba en la Universidad de Columbia. Allí entró en contacto con la Trilateral y el Club de Bilderberg, uno de cuyos mentores es el neoliberal Joseph Nye, el principal apoyo ideológico de Obama y el que lo introdujo también en la Ford Foundation (la institución más conservadora de EEUU, al servicio de la oligarquía financiera), en el Council on Foreign Relations y en la Escuela de Chicago (con el profesor Austin Goolsby, de la extrema derecha económica).
La Fundación Gamaliel
La madre de Obama, Stanley Ann Dunham, de fachada procomunista pero relacionada con los servicios de inteligencia, sirvió a la Ford Foundation y al Banco Mundial . Su hijo trabajó para la Fundación Gamaliel, junto al militante palestino y amigo suyo Rashid Khalidi, portavoz de Arafat. Probablemente allí es donde Obama se interesó por el programa de llevar la sanidad pública a toda la gente y aprendió a gestionar el trabajo social.
En la misma fundación estaba Bill Ayres, activista revolucionario en la década de los sesenta y protector de Obama. Este se sentó durante 20 años en las rodillas de Jeremiah Wright el activista de la teología de la liberación negra.
La compleja personalidad de Obama dibuja la figura de un presidente de la primera potencia en guerra permanente, puesto que la paz no es posible hasta que el imperio imponga su Pax Mundial. Su pensamiento político se sustenta en los orígenes de EEUU, surgidos de una guerra por la libertad, la justicia y la igualdad. La estrategia global sería lograr la hegemonía de EEUU como garante de sus principios.
Brzezinski y los suyos hace tiempo que estigmatizaron a Rusia y a China como los principales enemigos, por lo que quieren utilizar a los radicales contra los enemigos de EEUU. Desde antes del 11-S, el servicio de inteligencia norteamericano apoyaba a Al Qaeda y a los talibanes para lanzar a los uigures musulmanes contra el Gobierno chino, y a los talibanes contra los aliados rusos de Asia Central.
El objetivo de la presencia en Afganistán no es erradicar Al Qaeda, ni a los talibanes, con los que no tardarán en entenderse, sino estar en situación de golpear a Rusia y a China. China tiene la economía más fuerte del mundo, disciplina social, abundante mano de obra y clase media en ascenso. Rusia posee las mayores reservas mundiales de gas y de petróleo. Las dos superpotencias convergen en la Organización para la Cooperación Shan-ghai, creada en 2001 (con Kazakstán, Kirguistán, Tayikistán, y Uzbekistán).
El viejo Gran Juego
La esencia del nuevo imperialismo es reproducir el viejo Gran Juego de utilizar a una pequeña potencia para atacar al objetivo y hacer que los vecinos se peleen entre sí de forma que gane el aliado. Se destruye a Pakistán, con el pretexto de bombardear a Al Qaeda. Curiosamente ni Bush, ni McCain, ni Clinton estuvieron de acuerdo en bombardear Pakistán, Obama, sí. ¿Por qué? Porque Pakistán es un aliado tradicional de China.
Esta depende de África para abastecerse de materias primas y de petróleo, especialmente de Sudán que le suministra el 8% de sus necesidades de crudo. Hay que echar a China de África y aislarla, para que si se le priva de aprovisionamiento de energía vaya a buscarlo a Siberia Oriental, donde hay abundancia de materias primas y muy poca población.
El problema está en que Pekín y Moscú conocen el juego, y al mismo tiempo toda la estructura financiera anglo-estadounidense está en profunda crisis. Obama domina el escenario ideológico que llevaría a una revolución sin precedentes, pero carece de aliados capaces de entenderla y el mundo ha sido ganado por la irracionalidad y el caos destructivo. La esperanza es una quimera, por lo que ningún revolucionario consecuente la ofrece. El mundo nuevo, precisamente por serlo, surge cuando el viejo ha desaparecido por completo sin que pueda imaginar cómo será el que le suceda.
(Extraído de www.publico.es)
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