Thierry Meyssan
26/6/2009
La «revolución verde» de Teherán es el más reciente caso de las «revoluciones de color» mediante las cuales Estados Unidos ha logrado imponer gobiernos sometidos a su tutela en varios países sin tener que recurrir a la fuerza. Thierry Meyssan, quien ha sido consejero de dos gobiernos ante este tipo de crisis, analiza el método y las causas de su fracaso en Irán.
La relación entre las «revoluciones de color» y las revoluciones viene siendo la misma que pudiera existir entre el Canada Dry y la cerveza. Se parecen, pero no saben igual. Son cambios de régimen que aparentan ser una revolución en la medida en que movilizan a ciertos segmentos del pueblo, pero tienen características de golpe de Estado porque su objetivo no es cambiar las estructuras sociales sino poner en el poder a una élite en lugar de otra para que aplique una política económica y exterior proestadounidense. La «revolución verde» de Teherán es el más reciente ejemplo de ello.
Origen del concepto
Este concepto apareció en los años 1990, pero sus orígenes se encuentran en los debates estadounidenses de los años 1970-80. Luego de la serie de revelaciones sobre los golpes de Estado que la CIA había fomentado a través del mundo y del escándalo de los testimonios ante las comisiones parlamentarias Church y Rockefeller, el presidente Carter puso en manos del almirante Stansfield Turner la tarea de limpiar la agencia y de poner fin a todo apoyo a las «dictaduras de la casa». Furiosos, los socialdemócratas estadounidenses (SD/USA) salieron del Partido Demócrata y se unieron a Ronald Reagan. Eran brillantes intelectuales trotskistas, frecuentemente vinculados a la revista Commentary. Cuando Reagan resultó electo, les confió la tarea de proseguir la injerencia estadounidense, pero por otras vías.
Así crearon, en 1982, la National Endowment for Democracy (NED) y, en 1984, el United States Institute for Peace (USIP). Ambas estructuras están vinculadas orgánicamente: varios administradores de la NED son miembros del consejo de administradores del USIP y viceversa.
En el plano jurídico, la NED es una asociación no lucrativa, basada en la legislación estadounidense, financiada mediante una subvención anual aprobada por el Congreso como parte del presupuesto del Departamento de Estado. Para concretar sus acciones [la NED] cuenta con el cofinanciamiento de la US Agency for International Development (USAID), que también depende del Departamento de Estado.
En la práctica, esta estructura jurídica no es más una pantalla que sirve simultáneamente a la CIA estadounidense, al MI6 británico y al ASIS australiano (y en ocasiones a los servicios canadienses y neozelandeses). La NED se presenta a sí misma como un órgano de «promoción de la democracia». Interviene de forma directa o mediante sus cuatro tentáculos: uno se encarga de sobornar a los sindicatos, otro de sobornar a los patrones, el tercero a los partidos de izquierda y el cuarto a los de derecha. También actúa a través de fundaciones amigas, como la Westminster Foundation for Democracy (Reino Unido), el International Center for Human Rights and Democratic Development (Canadá), la Fondation Jean-Jaurès y la Fondation Robert-Schuman (Francia), el International Liberal Center (Suecia), la Alfred Mozer Foundation (Holanda), la Friedrich Ebert Stiftung, la Friedrich Naunmann Stiftung, la Hans Seidal Stiftung y la Heinrich Boell Stiftung (Alemania). La NED reconoce haber sobornado así, en unos treinta años, a más de 6 000 organizaciones a través del mundo entero. Todo eso se enmascara, claro está, bajo la apariencia de programas de formación o de ayuda.
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