lunes, 23 de junio de 2008

Bombas, mentira y poder

28 de agosto de 1998

Las razones dadas por Estados Unidos para explicar el bombardeo de las supuestas bases terroristas en Afganistán y Sudán han sido menos convincentes que las esgrimidas en las recientes intervenciones militares norteamericanas en Panamá, Somalia, Irak, Nicaragua, El Salvador y en otros países, también justificadas con argumentos dudosos.

Las explicaciones del ataque a Sudán son las menos plausibles. El presidente Clinton y el Congreso han presentado el bombardeo de una fábrica de medicamentos como un ataque antiterrorista en represalia por el atentado contra las embajadas norteamericanas de Kenia y Tanzania. Sin embargo, no existen pruebas de esta relación.

Samuel Berger, asesor de Seguridad Nacional de Clinton, alega que la factoría de Jartum producía «compuestos químicos utilizados en la composición del gas neurotóxico VX». Pero no hay pruebas que apoyen tales acusaciones. Las autoridades sudanesas han remitido la lista de los 53 medicamentos que se fabricaban en la planta farmacéutica bombardeada. Los periodistas que examinaron los escombros sólo encontraron frascos y etiquetas de productos farmacéuticos. Ninguno de ellos pudo confirmar la presencia de gases tóxicos en las proximidades. Las únicas víctimas han sido los sudaneses que resultaron heridos en el bombardeo... no hay informes de personas que hayan sufrido los efectos de gases tóxicos.

La segunda justificación de Clinton para el bombardeo de Sudán fue la relación del Gobierno sudanés con el supuesto «autor intelectual» de los atentados en Africa, Osama Bin Laden. Las pruebas aportadas: Bin Laden permaneció en Sudán hasta 1996. Pero lo que Washington no ha mencionado es que el régimen sudanés expulsó a Bin Laden hace dos años en un intento de mejorar sus relaciones con EEUU. Washington afirma que Bin Laden tenía inversiones en la planta farmacéutica bombardeada, pero hasta la fecha no tiene documentos que lo confirmen.

Washington acusa a los sudaneses de alojar bases de entrenamiento de terroristas fundamentalistas. Lo cierto es que la CIA patrocinó dichas bases desde finales de los años 70 hasta finales de los 80 con el objetivo de combatir la intervención militar soviética en Afganistán. Sin embargo, no está claro qué relación existe entre los veteranos de Afganistán, el Gobierno de Sudán y los atentados contra las embajadas. En este sentido sería igualmente plausible sostener que la capacidad militar y los conocimientos técnicos necesarios para llevar a cabo los atentados contra las embajadas han sido producto de la intensa colaboración que mantuvo la CIA con Osama Bin Laden durante una década. ¿Deberían, por tanto, ordenar al Pentágono que lance sus mísiles contra las oficinas centrales de la CIA en Virginia?

Las razones presentadas por Clinton para bombardear Afganistán son igualmente insostenibles. Según él, Bin Laden fue el «autor intelectual» del ataque terrorista contra las embajadas norteamericanas. Pero el FBI y la CIA habían reconocido en las semanas previas al bombardeo que sólo habían logrado identificar a «posibles sospechosos», pero no sabían quiénes eran los culpables y mucho menos «el autor intelectual» del ataque contra las embajadas. A Bin Laden se le acusa de financiar una amplia red de terroristas musulmanes, pero esta idea contradice directamente los informes del Departamento de Estado sobre el terrorismo internacional, donde se describe a los patrocinadores de estos grupos como líderes enfrentados entre sí e incapaces de ponerse de acuerdo en lo que concierne a las tácticas, la estrategia y la pureza de su doctrina. No hay prueba alguna de que Bin Laden controle dichos grupos musulmanes y, si reciben apoyo de Bin Laden ello no significa que están bajo su mando.

El ataque unilateral llevado a cabo por EEUU va en contra de las leyes internacionales y de la Carta de Derechos de la ONU, y fue sin duda una acción no provocada. Las instalaciones que fueron bombardeadas en ambos países no estaban relacionadas con el ataque contra las embajadas y, por tanto, los afectados tienen derecho a demandar a EEUU ante un tribunal internacional. Bin Laden puede demandar a Samuel Berger, William Cohen, Madeleine Albright y Bill Clinton por haber presentado acusaciones falsas en su contra. Sin embargo, nada de esto ocurrirá, ya que, a fin de cuentas, los cargos falsos y los ataques con mísiles son acciones políticas cuyo objetivo ha sido demostrar que EEUU es una potencia mundial capaz de actuar militarmente con impunidad. Los atentados contra las embajadas pusieron de manifiesto la vulnerabilidad del imperio. El objetivo del bombardeo por parte de EEUU de dos países musulmanes de escaso poder era dar una muestra del poder del imperio y de su capacidad de responder con un ataque militar sin contar con una justificación lógica. El mensaje de Washington es el siguiente: más vale no enfrentarse a EEUU... ya se sabe que puede enloquecer.

(Extraído de www.rebelion.org)

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